Los Caballeros del TemploLos Caballeros del Templo

Los secretos de los templarios

Olvida todo lo que has oído acerca de Reine-le-Château y otras fantasías de la misma calaña: no hay ningún misterio relacionado con la Orden de los Caballeros Templarios ni a su supuesto tesoro. A continuación os vamos a contar la verdadera historia de estos poderosos caballeros. Y es aquí, en el suelo del Marais, que muchos de los acontecimientos más relevantes tuvieron lugar. 

“Unos cuantos nombres de calle es todo lo que queda del Recinto del Templo (en francés, l’”Enclos du Temple”), la poderosa fortaleza de los Caballeros Templarios, los padres fundadores del distrito tres. Inicialmente se trataba de una orden militar en Tierra Santa (1118 d. de JC.), creada para proteger a los peregrinos cristianos de los musulmanes. Tras el derrumbamiento del Reino Cristiano, se replegaron en Chipre y desde allí se extendieron a toda Europa. La enorme riqueza que habían adquirido gracias a los regalos que les hicieron algunos cristianos agradecidos les permitió adquirir vastas propiedades y acelerar el proceso. Cerca de lo que es hoy el Hôtel de Ville, el ayuntamiento, se situaba una de sus propiedades en la que un grupo de ellos se estableció en 1139.

En el noreste de París había extensiones pantanosas (“marais” significa “pantano”), recuerdo del antiguo ramal del Sena que fluían de las alturas de Belleville, barrio situado en el este de París. A los templarios les costó casi un siglo convertirlo en el huerto (“marais” designa también un “huerto”) de la capital, imitando así a los monjes de Saint-Martin des Champs que un siglo antes habían secado las ciénagas de la zona occidental del futuro distrito tres. Tras haber ganado estas tierras al agua, se mudaron al extremo noreste, donde construyeron un complejo fortificado, el Recinto del Templo, el cual también les serví como sede europea. Olvida todo lo que has oído acerca de Reine-le-Château y otras fantasías: no hay ningún misterio relacionado con la Orden. Gracias a los sofisticados métodos agrícolas que utilizaban y que les permitieron ganar las tierras pantanosas de lo que sería el futuro Marais, y gracias también a su agudo sentido para los negocios, utilizaron su implantación geográfica para desarrollar una especie de banco de depósito internacional que hizo que sus riquezas continuaran aumentando. Esto, así como la independencia de la que hacían gala, era celosamente guardado detrás de los muros almenados del Recinto del Templo, más o menos en el lugar donde hoy se halla la calle del Temple, la calle de Bretagne, la calle de Picardie y la calle Béranger, al sur de la plaza de la República. Completaban todo esto varias torres con relojes y un puente levadizo que conducía a la única puerta que daba acceso al Templo (allí donde actualmente se cruzan las calles Fontaines-du-Temple y la calle del Temple).

 

Los reyes de Francia aceptaron esta situación hasta finales del siglo XIII. Felipe Augusto les confió incluso algunos de sus tesoros en 1190, antes de partir para la Tercera Cruzada, y el rey San Luis no se sintió ofendido cuando, en 1254, Enrique III de Inglaterra prefirió alojarse en el Templo en vez de en su propio palacio en la Isla de la Ciudad (lugar donde se encuentra actualmente el Palacio de Justicia). Pero Felipe el Hermoso, rey ambicioso que incluso había plantado cara a la Iglesia de Roma, no podía tolerar este estado rico dentro de su estado, tanto más cuanto él pasaba muy a menudo apuros económicos.


Durante un levantamiento de masas que tuvo lugar en 1306, aceptó la amable oferta de los Templarios para alojarle, lo que le abrió los ojos en lo que a su inmensa riqueza se refiere. Concomido por la envidia, empezó a complotar para que cayeran, difundiendo calumnias y rumores traicioneros contra ellos. Tras un periodo de inicuas pruebas, falsas acusaciones, humillaciones, torturas y la quema en la hoguera de 54 templarios en la Isla de los Judíos (actualmente en el borde del sur de la plaza Dauphine), la rama francesa de la Orden fue disuelta en 1313.

El 12 de marzo de 1314, Jacques de Molay, Gran Maestro del Templo, fue quemado en la hoguera en la Isla de los Judíos, en presencia del Rey. Mientras moría, profirió profecías y maldiciones contra el Rey y el Papa; curiosamente, tanto Felipe el Hermoso como el papa Clemente V murieron aquel año, y una sucesión de desdichas acontecieron también a la familia real capetina. Los crédulos y aquellos que son proclives al romanticismo se sentirán decepcionados, pero la mistificación acerca del tesoro perdido de los templarios no tiene el menor fundamento histórico.

En lo que a sus posesiones respecta, el trono las confiscó y, para colmo de males, las transfirió a la rival Orden Hospitalaria, también fundada en Tierra Santa en 1050 para dar la bienvenida a los peregrinos que llegaban a Jerusalén. Se quedaron en el Recinto del Templo hasta la Revolución Francesa. Napoleón la disolvió a principios del siglo XIX.

A principios del siglo XVII, el Marais prosperó como el barrio aristocrático de París. El palacio del Gran Prior del Templo (que en aquella época estaba construido donde se cruzan actualmente las calles del Temple y de Bretagne) era la corte de los hijos ilegítimos de la realeza, alguno de los cuales, como Felipe, duque de Vendôme, el nieto de Enrique IV y su amante Gabrielle d'Estrée, llevó una vida de desenfreno, pero también de brillo literario y artístico. El Gran Prior, por ejemplo, concedió a La Fontaine una pensión anual de 600 francos. Cuando la corte se trasladó a Versalles, se convirtió en una corte alternativa donde "se reunían aquellos que no tenían nada que esperar de parte del Rey", según relata Horacio Walpole.

Luis XVI llamó al Gran Prior de aquella época "mi primo el abogado". Walpole, por otro lado, lo describe como "guapo, de porte real y afable" pero también como "arrogante, disoluto y pródigo". Se decía que guardaba 4.000 anillos en uno de sus cajones, recuerdos de despedida de cada una de las amantes que había repudiado, aunque muchos decían que él había añadido muchos a la colección. Su favorita, la condesa de Boufflers, “el ídolo del Templo”, reinó en esta refulgente corte, en la cual Mozart estuvo a la edad de 10 años durante su segunda visita a la capital (Ollivier inmortalizará este momento en el famoso cuadro en el que se le ve en el salón tocando el clavicémbalo delante de un público que no parece muy atento).

El 13 de agosto de 1792, una suntuosa cena fue servida en el mismo salón. Los huéspedes eran en esta ocasión la familia real y su séquito, virtualmente prisioneros de la Comuna de París. Se dirigían al Rey llamándolo Monsieur y todo el mundo fue tratado con cortesía durante la falsa celebración, pero apenas la cena terminada, la pareja real, sus dos hijos y la hermana del Rey fueron encerrados en lo alto de la Torre del Templo, mientras que las otras mujeres eran transferidas a la cárcel de La Force (actualmente en el distrito cuatro), de la que los parisienses ignoraban la existencia. Allí empezó la trágica extinción de la familia real. El Rey estuvo retenido en el Templo hasta su ejecución el 21 de enero de 1793.

Es de allí que su carreta partió para la guillotina que estaba colocada en la plaza de la Revolución (donde ahora se encuentra la plaza de la Concordia), pasando por los Grandes Bulevares. La Reina fue transferida a la Conserjería el verano siguiente, la princesa de 14 años de edad fue intercambiada con las autoridades austriacas por cinco prisioneros republicanos, y la delfina de siete años fue arrancada a su familia y la dejaron vegetar en un oscuro calabozo hasta su muerte que tuvo probablemente lugar en torno al 8 de junio de 1795. El Rey fue enterrado en el cementerio de Sainte Marguerite (en el distrito XI), a pesar de que persiste el rumor de que son los restos de otra persona y no los suyos los que fueron enterrados allí. De hecho, cuando en 1894 se desenterraron sus restos para examinarlos, se descubrió que pertenecían a un joven de 18 años. Una modesta cruz corona todavía la tumba, la único que ha sobrevivido de lo que era un cementerio. Lleva la inscripción L...XVII 1785-1795, un extraño monumento funerario dedicado al último rey del Antiguo Régimen, desconocido para la mayoría de los parisinos, incluida mucha gente del vecindario.

Por prudencia, Napoleón arrasó completamente la Torre de Templo, ya que los Realistas la habían convertido en un santuario. La novelesca iglesia original y su cementerio conocieron pronto igual suerte. Solo el palacio del Gran Prior quedaba de pie cuando, en el momento de la Restauración, la Princesa Real regresó del exilio a aquel trágico lugar, y rezó y plantó allí un sauce llorón. Utilizado por el Ministerio de la Religión durante el gobierno de Napoleón, como convento durante la Restauración, y como cuartel militar durante la Segunda República, fue echado abajo en 1853 por el emperador Napoleón III (el cual, durante su reinado, encargó al barón Haussmann que transformara y modernizara la ciudad de París, el cual le dio el aspecto que hoy le conocemos).”

Por Thirza Vallois